Mucho se habla sobre la Guerra de Malvinas, pero no es raro que quienes
lo hacen carezcan de datos puntuales que fundamenten sus dichos. Para
ello, Romina Sánchez, una estudiante avanzada de Periodismo, nos acerca
un texto rico en detalles, que nos ayudan a recordar lo que sucedía
en Argentina y en su prensa en esos años de balas, dictadura y alcohol
en la Casa Rosada.
Uno de los momentos más trascendentes de nuestra historia es el conflicto
armado acaecido en las Islas Malvinas, que tuvo como protagonistas
enfrentados a Gran Bretaña y Argentina, entre el 2 de abril y el 14
de junio de 1982. Se trata de uno de los hechos más significativos,
teniendo en cuenta, por un lado, el acontecimiento en sí mismo y,
paralelamente, el tratamiento de los medios de comunicación de la
época. En principio cabe analizar la postura adoptada mientras se
desarrolló la batalla y luego el cambio de posición manifestado una
vez que la misma concluyó. Asimismo, es necesario aportar una visión
global sobre el conjunto de maniobras operadas por el gobierno militar
argentino, que tuvieron efectos reveladores en aquel momento histórico.
Contexto político, económico y social
En diciembre de 1981, Leopoldo Fortunato Galtieri se hizo cargo de
la Presidencia de la Nación, en reemplazo de Roberto Viola. La crítica
situación económica y el profundo descontento social eran prácticamente
incontrolables. El primer mandatario había designado a Roberto Alemann
para dirigir el rumbo de la economía, quien proclamaba la deflación,
desregulación y desestatización como consignas centrales. Se vivió
una importante recesión, abundaban las protestas sindicales y empresariales.
Existía una resistencia considerable ante cada pronunciamiento realizado
por las autoridades. A su vez, los grupos de derechos humanos, junto
con las Madres de Plaza de Mayo, ganaban cada vez mayor protagonismo
en la escena política. Se realizaron numerosas denuncias y reclamos
de justicia, hecho que repercutió sensiblemente en la opinión pública.
Uno de los puntos máximos de convulsión generalizada se vivió el 30
de marzo de 1982, día en que la CGT organizó una manifestación masiva
bajo el lema "Pan, Paz y Trabajo". El resultado de la jornada fue
una feroz represión policial que provocó una gran cantidad de heridos
y detenidos. Frente a dicho panorama, el gobierno buscaba descomprimir
la tensión interna y lograr consenso lo antes posible. Por ese motivo
se recurrió al proyecto de la recuperación de las Islas Malvinas.
De ese modo se pretendía restablecer la firmeza que el régimen estaba
perdiendo. El plan ya había sido ideado con anterioridad. Uno de los
factores que influyeron en la decisión de tomar las armas fue el viaje
de Galtieri a Washington a fines de 1981. El presidente pensaba contar
con el apoyo de los Estados Unidos. Esta falsa certeza funcionó como
incentivo para llevar adelante la misión. En el momento de planificar
la acción militar se hablaba del mes de mayo o julio como fechas tentativas
de inicio (con motivo de la celebración de las fiestas patrias), pero
debido al desborde de los acontecimientos se optó por adelantar la
maniobra para abril.
La guerra
Desde 1833, cuando las islas fueron usurpadas por el antiguo Imperio
Británico y transformadas en colonia, la Argentina realizó numerosos
reclamos por la vía diplomática para recuperar dicho territorio. Pero
a pesar de la intervención de las Naciones Unidas y de sus recomendaciones
de lograr una negociación pacífica, la respuesta de los británicos
resultó siempre negativa. El tema fue planteado en reiteradas oportunidades.
La legitimidad del pedido también había sido reconocida por importantes
organismos, entre ellos la Organización de Estados Americanos (OEA),
y además se contaba con el aval del Tratado Interamericano de Asistencia
Recíproca (TIAR). Pero esto no bastó para arribar a una solución concreta.
Así fue como, luego de varios intentos inconducentes, se decidió llevar
adelante la ocupación del territorio.
El 2 de abril se puso en marcha la denominada Operación Rosario. Las
tropas argentinas desembarcaron en Port Stanley (rebautizado Puerto
Argentino), capital de las Islas Malvinas, y se apoderaron de las
islas Georgias del Sur y de las Sandwich, que eran tierras administradas
por Gran Bretaña. Los Infantes de Marina y del Ejército rodearon la
casa del entonces gobernador Rex Hunt y lo instaron a entregarse.
Se logró vencer la débil resistencia ofrecida por las fuerzas británicas,
que fueron reducidas y transportadas a Montevideo, con la consecuencia
de una sola baja: la del Capitán Pedro Giachino. El siguiente paso
fue delegar el mando de las islas al General Mario Benjamín Menéndez.
Estos hechos sorprendieron a la opinión pública e inmediatamente despertaron
la euforia popular. Ante la novedad, una multitud se congregó en Plaza
de Mayo para expresar su apoyo al gobierno. Parte de la concurrencia
coreó entusiasmada el nombre de Galtieri, quien se asomó al balcón
diciendo que se aceptaría el diálogo luego de la acción de fuerza.
En aquel momento reinaba el optimismo y existía plena confianza en
que la inminente batalla diplomática en las Naciones Unidas culminaría
con un triunfo argentino.
Más tarde, el presidente volvió a dirigirse a la muchedumbre y aseguró
que el país había recuperado las Malvinas "sin tener en cuenta cálculo
político alguno", cuestión que en ese entonces no fue debidamente
analizada. Una prueba del apoyo incondicional del pueblo es una encuesta
de la época, que registró un 90% de adhesiones a la acción militar.
La recuperación de las islas sin provocar bajas para los británicos
fue una condición que el gobierno argentino se había impuesto a sí
mismo, ya que de ese modo se facilitarían las posteriores negociaciones.
En Gran Bretaña, la conducción estaba a cargo de los sectores conservadores,
dirigidos por la primera ministro Margaret Thatcher, quien se ganó
el apodo de 'la dama de hierro', quien pretendía utilizar la victoria
militar para afianzar su gestión. Aquí se destaca una coincidencia
con el régimen militar argentino, dado que ambos perseguían el mismo
objetivo. Contrariamente a lo que se suponía en un comienzo, Thatcher
respondió movilizando una poderosa flota denominada "Task Force" (fuerza
de tareas). Las tropas argentinas se encontraban en desventaja a la
hora del combate, debido a que estaban mal entrenadas y equipadas.
Su situación era muy precaria frente a las fuerzas especializadas
del enemigo. No debe olvidarse que la mayoría de los efectivos argentinos
eran soldados conscriptos, es decir, jóvenes no profesionales bajo
bandera, como consecuencia de la ley de servicio militar obligatorio.
Muchos de ellos provenían de regiones cuyas condiciones climáticas
distaban de las de Malvinas, por lo cual la adaptación al clima fue
otro gran problema.
Una vez enviada la acción naval, Gran Bretaña impuso una 'zona de
exclusión' de 200 metros alrededor de las islas, amenazando con atacar
a todo barco argentino que allí se encontrara. En abril comenzó a
desarrollarse el conflicto diplomático entre ambos países. Existieron
propuestas de negociación, amenazas de profundizar la disputa e intentos
de mediación. Mientras tanto, la flota británica continuaba desplazándose
hacia el Atlántico Sur. Por su parte, la Argentina concentró sus tropas
en las islas. El 26 de abril se produjo la reocupación de las islas
Georgias, a cargo de la Task Force.
El 1º de mayo tuvo lugar el primer ataque aéreo en Puerto Argentino.
A su vez los Estados Unidos declararon ilegal la acción realizada
por nuestro país, imponiéndole sanciones económicas, y ofreció a Gran
Bretaña armamento, apoyo técnico y de inteligencia. Al día siguiente
el crucero argentino General Belgrano, que se dirigía rumbo a tierra
firme, fue atacado y hundido por un submarino británico fuera de la
zona de exclusión. En dicho episodio fallecieron más de 300 hombres
de la tripulación. La respuesta sobrevino poco después, cuando se
dispararon misiles sobre el buque inglés Sheffield, hundiéndolo de
inmediato.
El 11 de mayo la Comunidad Europea, imitando el ejemplo norteamericano,
impuso sanciones económicas a nuestro país. Asimismo, el Consejo de
Seguridad de las Naciones Unidas estableció el retiro de las tropas
y declaró a la Argentina una nación agresora. El respaldo brindado
a Gran Bretaña era ampliamente superior con respecto al peso político
y militar. Por su parte, Europa Oriental manifestó su solidaridad
hacia el pueblo argentino, al igual que Latinoamérica, que brindó
su respaldo en forma prácticamente unánime. La excepción fue Chile,
que concedió a los británicos bases en sus territorios del sur. Esta
actitud se debió a que las relaciones entre ambos países estaban deterioradas,
a causa de la controversia limítrofe por el canal de Beagle, que tuvo
lugar en 1978.
La Junta Militar Argentina no había considerado la cooperación del
gobierno de Pinochet con Gran Bretaña, así como tampoco previó la
actitud de EEUU, claramente desfavorable para nuestro país, debido
a la valiosa ayuda facilitada a su contrincante. Esta falta de visión
política influyó decisivamente en la precipitación final de la guerra
y en su inevitable resultado.
El 29 de mayo se produjo la primera batalla terrestre importante entre
ambos bandos, en Goose Green, Luego de una ardua lucha, los soldados
argentinos se rindieron. Esta victoria dio a los británicos el control
casi absoluto de la isla.
Se sucedieron intensos combates, y los británicos aprovecharon el
dispositivo estático de las tropas argentinas atacando cada posición
nacional con enorme superioridad numérica, y equipados con una gran
cantidad de helicópteros. Se realizaron embates y retrocesos en los
que se registraron importantes bajas. La decisión del General Menéndez
de no movilizar los refuerzos a las posiciones atacadas y concentrar
la mayor parte en la capital, hizo que cada uno de los sectores defensivos
se enfrentara solitariamente con el enemigo. Esta situación se tornó
insostenible y muy pronto se produjo la caída de Puerto Argentino.
La rendición fue el 14 de junio. Pocos días antes del final, el Papa
Juan Pablo II había visitado la Argentina en uno de los momentos más
críticos de la batalla, con el propósito de brindar un mensaje esperanzador.
Tras la derrota, el pueblo argentino sufrió una fuerte desilusión,
ya que los numerosos comunicados transmitidos durante la contienda
anunciaban inexistentes triunfos. La opinión pública había sido sometida
al influjo de los medios masivos de comunicación. La conducta adoptada
por la sociedad había sido moldeada de acuerdo con los patrones exigidos
por el gobierno vigente, que se encargó de manipular la información
que debía circular. El saldo derivado de esta cruenta batalla fue
de centenares de muertos (más de 700) y una mayor cantidad de heridos.
El desencanto popular aceleró la crisis política, reflejada por la
resistencia en las calles. Nadie podía comprender cómo se había llegado
a semejante resultado cuando, día tras día, los medios oficiales auguraban
un pronóstico ampliamente favorable. La crisis reinante trajo como
consecuencia la renuncia de Galtieri a tres días de la finalización
del conflicto bélico. Poco después, el 1º de julio asumió el último
presidente del Proceso de Reorganización Nacional, el General Reynaldo
Bignone.
Causas fundamentales de la derrota
El fatal resultado se debió principalmente a una serie de errores
cometidos por la Junta Militar liderada por el General Galtieri, quien
tuvo a su cargo la dirección de la acción militar.
En primer lugar, cabe explicar cuáles fueron los errores políticos.
El gobierno jamás vislumbró la posibilidad de una reacción militar
por parte de Gran Bretaña, y menos aún que enviara a las islas una
flota de tamaña envergadura. Se pensaba que la sola presencia en Malvinas
serviría como un modo de presión para convencer definitivamente a
los británicos de atender a los insistentes reclamos por la soberanía
de dicho territorio. Esto significa que la hipótesis de un probable
enfrentamiento armado era inexistente.
Otra cuestión relevante, que influyó notablemente en el desarrollo
de los acontecimientos, fueron las fallas diplomáticas. La Junta Militar
confiaba en que, ante la gravedad de la situación, el Consejo de Seguridad
de la ONU sería convocado de urgencia y que favorecería al reclamo
argentino sin mayores inconvenientes. Sin embargo, el mencionado organismo
ordenó el retiro inmediato de nuestras tropas de las islas.
Además, se creía que los EEUU mantendrían una posición neutral al
respecto. Esta idea se basaba en la vigencia del TIAR (Tratado Interamericano
de Asistencia Recíproca) que, entre otras cosas, obligaba a todos
los países de América a asistirse ante la agresión militar de una
nación extracontinental. Lo que la diplomacia argentina no tuvo en
cuenta fue la existencia de la OTAN (Organización del Tratado del
Atlántico Norte) del que EEUU y Gran Bretaña forma parte, además de
ser aliados y compartir raíces históricas y culturales. El apoyo norteamericano
se reflejó en su accionar, que implicó la concesión de información
satelital de las posiciones argentinas y las operaciones navales,
la provisión de sofisticados armamentos y el embargo económico a la
Argentina. Si se considera el costo político y social que conllevó
semejante actuación, podrá comprenderse la magnitud de esta fatal
equivocación.
A partir de los errores mencionados se deduce la consecuente improvisación
militar que sobrevino una vez que los hechos se precipitaron 'inesperadamente'.
Existía de antemano una clara superioridad de las fuerzas británicas
en cuanto al equipamiento, número de efectivos y capacitación. A ello
se le sumó el desconocimiento de las características del terreno y
el sometimiento a las inclemencias del tiempo padecido por las tropas
argentinas. Otro factor que jugó en contra fue que los aviones nacionales
operaban desde el continente, ya que el combustible sólo les permitía
realizar vuelos cortos sobre las islas. Esto imposibilitó el apoyo
aéreo directo a las fuerzas terrestres, que debieron actuar en un
ambiente geográfico riguroso y sin la adecuada preparación previa.
La falta de medios de movilidad limitó en gran medida la capacidad
de maniobra. Ello agravó la precaria situación de los soldados en
lo que respecta no sólo al combate, sino también a su estado físico
y mental.
La
cobertura de los medios
Los medios masivos de comunicación desempeñaron un rol fundamental
en el marco de dicho conflicto. Cabe recordar las publicaciones de
los diarios y revistas, así como también de las emisiones de radio
y televisión de aquellos días, ya que a través de lo que se dice abiertamente
subyace lo que convenientemente se calla o se tergiversa. El interés
oficial, dictaminado por el gobierno militar de turno, dirigía el
rumbo y contenido de las informaciones.
En el siguiente análisis se hará referencia, en primer lugar, al trabajo
realizado por los medios durante la guerra, y luego se advertirá la
posición que adoptaron una vez finalizada la misma. Al considerar
dicho punto de vista se incluye la repercusión ocasionada en la opinión
pública. El pueblo argentino se encontraba a merced de la poderosa
influencia ejercida por la información (sesgada) que recibía constantemente
a través de la prensa y los medios audiovisuales. Por lo tanto, actuaba
de acuerdo a lo que creía que estaba sucediendo.
El gobierno maniobró una fuerte censura respecto de lo que podía decirse,
alegando razones de seguridad. Para asegurarse el cumplimiento de
las pautas impuestas a la difusión de noticias, se le envió a todos
los medios un documento oficial en el que se disponía un estricto
control a la información. Básicamente se prohibía difundir toda idea
que contradijera los intereses gubernamentales. De este modo quedaban
al descubierto las numerosas limitaciones que restringían la libertad
de expresión. No podía notificarse lo que realmente estaba ocurriendo,
debido a que atentaba contra 'la unidad nacional' a cualquier precio,
aún a costa de la verdad. Se pretendía controlar a la sociedad, promoviendo
una repentina adhesión a un gobierno que estaba absolutamente desprestigiado
ante la opinión pública.
Con respecto al modo en que se relataron los acontecimientos pueden
señalarse dos modalidades claramente definidas. Por un lado se encuentran
los medios sensacionalistas, que se caracterizan por sus imponentes
titulares y sus conclusiones apresuradas. Entre ellos se destacan
el diario Crónica y la revista Gente. En sus portadas se vislumbra
un alto grado de exageración y se percibe una clara intención de influir
en sus lectores, hecho que efectivamente sucedió. La euforia y el
júbilo que emanaban de sus ejemplares contagiaron a las masas populares,
propiciando reacciones que reflejaran el mismo estado de algarabía.
En la tapa de Crónica del 2 de abril puede leerse en letras mayúsculas:
"Argentinazo: ¡Las Malvinas recuperadas!". Por su parte, La Razón
titulaba: "Hoy es un día glorioso para la patria. Tras un cautiverio
de un siglo y medio, una hermana se incorpora al territorio nacional."
La revista Gente siempre manifestó una imagen favorable para la Argentina,
modificando las bajas del enemigo y describiendo un panorama sumamente
distorsionado de la realidad. En reiteradas oportunidades apareció
la frase "Estamos ganado", en grandes letras amarillas.
Como contraste a esta manera de hacer periodismo, vale citar los casos
de Clarín y La Nación. Estos periódicos exhibían un tono más sereno.
Se percibe una mayor preocupación por informar del modo más objetivo
posible. Los hechos son contados sin ningún tipo de aditivo. A diferencia
de los medios sensacionalistas, los titulares de la misma fecha comunican
que se había producido el desembarco argentino en las Islas Malvinas.
En ambos casos se aspiraba una neutralidad ideal y se evitaban los
resultados tendenciosos. Con respecto al espíritu crítico reflejado
por los medios apenas iniciada la guerra, cabe mencionar el caso de
La Nación, que destacaba la significación histórica del acontecimiento,
pero a su vez subrayaba que no debían perderse de vista las dificultades
que se presentaban en el camino, ya que aún no se descartaba la posibilidad
de nuevas acciones militares. Era una apreciación acertada que, además
de señalar la trascendencia del suceso, permitía avizorar posibles
consecuencias. Esto significa que se privaba de cualquier reflexión
improvisada que pudiera generar falsas expectativas.
También vale rescatar la visión de la revista Humor, que reconocía
la validez de la reivindicación nacional y consideraba al hecho un
acto de justicia. Pero asimismo se opuso firmemente a la glorificación
exacerbada y a la 'sensiblería patriotera'. Además se manifestaba
en contra de 'los excesos de nacionalismo sospechoso y oportunista'.
Dicha pronunciación fue una de las pocas opiniones esclarecedoras
que anticipaban lo que prontamente se avecinaba. Sus palabras definían
perfectamente la escena del 3 de abril protagonizada por el pueblo
en Plaza de Mayo, quien celebró exaltadamente la decisión del gobierno.
La situación que se vivía en la Argentina era irreal, como consecuencia
del montaje informativo orquestado por los medios. Las radios y los
canales de televisión incentivaban permanentemente la reacción popular.
El país entero se paralizaba para seguir con atención los comunicados
oficiales y ver las escenas que afloraban de la pantalla chica. Todas
las noches a las 21 horas, ante la vasta audiencia del programa '60
minutos', José Gómez Fuentes insistía: '¡Vamos ganando!', y aseguraba
que la guerra podía concluir de una sola manera: 'triunfante'.
En mayo de 1982, la situación de las tropas nacionales comenzaba a
complicarse, sin embargo Crónica llenaba sus páginas hablando del
'mortífero contraataque' y de los 'aplastantes triunfos'. Se jactaba
permanentemente de la supuesta eficacia demostrada por los inexpertos
soldados y en ningún momento advirtió las dificultades que iban surgiendo
día a día.
Por su parte, la Nación procuraba ajustarse a los hechos concretos.
De este modo, hacía referencia a las pérdidas del enemigo, en un tono
más prudente. Asimismo, este periódico reprodujo las declaraciones
realizadas por Ernesto Sábato a una radio española, quien expresó
su punto de vista, lo cual era muy valioso en aquel contexto debido
a la tendencia generalizada de ocultar gran parte de la verdad. El
escritor se refería acertadamente a la lucha desigual que se estaba
disputando en el campo de batalla.
En cuanto a la cobertura televisiva de los canales argentinos, si
se realiza un seguimiento desde el comienzo hasta la culminación de
la guerra, se apreciarán notables cambios a la hora de informar. Al
principio se presentaron imágenes que proclamaban un profundo espíritu
exitista. Se recurría incansablemente a los colores celeste y blanco.
La pantalla de ATC se inundó de declaraciones patrioteras y muchedumbres
vivando a las Fuerzas Armadas. Pero luego del ataque aéreo británico
llevado a cabo el 1º de mayo, el ojo televisivo fue cerrado abruptamente.
Los sucesivos episodios sufridos por las tropas nacionales fueron
ocultados deliberadamente. Se pretendía mantener un perfil bajo, contrariamente
a la exaltación inicial.
La sociedad fue bombardeada por insistentes mensajes que promovían
un clima de unidad nacional mediante el enaltecimiento de la patria.
Las publicidades transmitían consignas optimistas que progresivamente
se fueron impregnando en el sentimiento popular.
Este gigantesco operativo de prensa provocó el aislamiento del pueblo
respecto de la realidad. Se había creado una suerte de paraíso en
el cual todo marchaba a la perfección. Así se permitió lavar la imagen
de las autoridades, aunque no duró mucho. En junio, el desenlace era
inminente. A mitad de mes ya era de público conocimiento la rendición
de las fuerzas argentinas y su retiro de las islas. La noticia produjo
un fuerte impacto en la sociedad, que reaccionó con estupor. Se trataba
de un hecho sorpresivo que echaba por tierra los sentimientos triunfalistas
que se habían arraigado en la gente a través de los insistentes anuncios
realizados desde los medios. El resultado fue una mezcla de asombro
y congoja. Reinaba la confusión y había una imperiosa necesidad de
comprender cómo se habían desarrollado los hechos. Se generaron violentas
manifestaciones de desacuerdo en las que se registraron graves disturbios,
además de una gran cantidad de heridos y detenidos. El regreso de
los soldados se diferenció notablemente de la partida. El aliento
brindado por las multitudes en un principio, se transformó en absoluta
indiferencia después del 14 de junio al encontrarse con una derrota
difícil de asumir. La imagen del triunfo asegurado construida minuciosamente,
se desmoronaba ante la profunda desilusión de todo un pueblo que había
sido víctima de un engaño.
Final de combate
El manto de silencio que ocultó lo sucedido se prolongó por varios
años. El advenimiento de la democracia, en diciembre de 1983, significó
la valiosa posibilidad de expresarse libremente. Durante el gobierno
constitucional de Raúl Alfonsín comenzó a transitarse el largo camino
hacia la verdad. Los medios de comunicación manifestaban una actitud
activa hacia dicho propósito. Con el paso del tiempo surgieron numerosas
publicaciones que analizaban el accionar militar y hacían referencia
a las causas de la derrota.
La revista Humor mantuvo su visión crítica, la cual venía sosteniendo
desde que se desató el conflicto. Puntualmente hablaba de la incapacidad
demostrada por las Fuerzas Armadas y denunciaba el ocultamiento de
información.
Los soldados, que primero habían sido aclamados como los 'héroes de
la patria', ahora debían soportar no sólo el olvido de las autoridades
sino también las secuelas físicas y espirituales ocasionadas por la
guerra. Así lo reflejaron las notas periodísticas que evocaban el
valor demostrado por los ex combatientes durante la lucha. Varios
años más tarde comenzaron a publicarse reportajes a muchos de ellos.
De ese modo se buscaba romper el silencio y los verdaderos protagonistas
ocuparon el lugar que merecían.
Por su parte, Página/12 hizo su propio análisis del hecho en reiteradas
oportunidades, realizó valiosos intentos por ofrecer un diagnóstico
certero y profundo, procuró esclarecer los puntos oscuros de la guerra.
El diario reivindicó a los soldados caídos, rescató su valentía y
atribuyó responsabilidades a las autoridades encargadas de llevar
adelante la misión. Asimismo afirmó que se trató de 'uno de los actos
peor planeados de la historia militar universal'.
A fines de 1982, el gobierno militar de entonces decidió crear una
comisión encargada de evaluar las acciones realizadas durante el conflicto.
Dicha comisión, integrada por seis oficiales de alta jerarquía, fue
presidida por el Teniente General Benjamín Rattenbach, quien elevó
el informe que lleva su nombre. En agosto de 1983, La Voz publica
un borrador de la investigación que resultó lapidaria para las Fuerzas
Armadas. Tres meses después, la revista Siete días le dedicó su tapa
y gran parte de su edición a este documento. De ese modo, la verdad
salía a la luz pública a través de un medio de difusión masiva.
El Informe Rattenbach es un análisis pormenorizado del conflicto armado.
En cada uno de sus capítulos se relatan detalladamente los hechos
de acuerdo a las diversas áreas y jerarquías. Además, se describe
la conducción de los aspectos políticos y estratégico-militares y
se determinan las responsabilidades correspondientes en cada caso.
Es un texto que aporta información valiosa, dado que no se tenía demasiado
conocimiento sobre el tema.
Conclusión
Teniendo en cuenta todo lo expuesto hasta aquí, caben las siguientes
consideraciones a modo de cierre global.
Desde el momento en que se desató el conflicto armado en el Atlántico
Sur se recurrió a la permanente demonización del enemigo, con el fin
de propiciar un ámbito de consenso. El gobierno de Galtieri estaba
especialmente interesado en esta cuestión debido al crítico momento
que atravesaba hacia fines de 1982 y comienzos de 1983. La postura
del Ejército argentino se vio reflejada en una actitud de soberbia
en un discurso que subestimaba y denigraba a las fuerzas británicas
para lograr su ansiado propósito.
Los medios masivos de comunicación tuvieron una gran trascendencia
en este contexto, ya que la sociedad se informaba a través de ellos
y sus relatos eran considerados 'palabra santa'. Ellos representaban
la más poderosa de las armas en el marco de dicha guerra. Esto puede
comprobarse si se le presta atención al contenido de las informaciones
que circularon y al tratamiento que se les dio.
Todos los medios nacionales se hallaban subordinados a la censura
impuesta por las autoridades gubernamentales, motivo por el cual debieron
ocultar en gran medida lo que sucedía en el campo de batalla. Existió
una tendencia generalizada a distorsionar deliberadamente la realidad.
Se comunicaba que las tropas salían victoriosas de cada enfrentamiento.
Hasta el último momento se manejaron criterios triunfalistas. Los
informes de la prensa transmitieron una imagen idealizada (errónea)
de los hechos, es decir que se contaba 'otra verdad'.
Semejante bombardeo de información provocó en la opinión pública una
adhesión instantánea a la causa nacional y un amplio apoyo a las decisiones
tomadas por el gobierno militar. La influencia operada sobre la audiencia
fue absoluta. Se padecía una enfermiza dependencia mediática. El pueblo
alimentaba su espíritu nacionalista a través de los diarios, la radio
y la televisión que ponderaban el accionar de las tropas argentinas.
No sólo se tergiversaron las noticias sino que en muchos casos eran
sensiblemente exageradas. Esto se registra en medios caracterizados
por el sensacionalismo y la necesidad de impactar a cualquier precio.
Los ejemplos por excelencia son el diario Crónica y la revista Gente.
Esta dependencia mediática fue aprovechada para ejercer una fuerte
acción psicológica que a su vez se confundía con el derecho de los
ciudadanos a informarse. De ahí surge la frase que afirma que la primera
víctima en una guerra es siempre la verdad. El país estaba sumergido
en un engaño que se veía refractado en las acciones de gobierno y
en las manifestaciones del pueblo.
Así como en un principio, la visión parcial que se ofrecía resultó
funcional a los intereses imperantes, luego se volvió en contra, ya
que indefectiblemente afectó tanto la credibilidad de los medios como
del poder político.
La situación del gobierno militar era ya insostenible, dado que estaba
visiblemente desacreditado. Leopoldo Galtieri debió renunciar y fue
reemplazado por el General Bignone. En cuestión de meses, la crisis
política se aceleró y propició la recuperación de las instituciones
democráticas.
Romina Sánchez.
Bibliografía
Blaustein Eduardo, Zubieta Martín: Decíamos ayer. Ediciones Colihue.
Argentina, 1998.
Romero, Luis Alberto: Breve historia contemporánea de la Argentina.
Fondo de Cultura Económica. Segunda edición, 2001.
|
|