La ecuménica celebración del idioma que originó el IV centenario del
Quijote se extendió por medio de iniciativas de variado género, pero
vinculadas con el mismo espíritu. Una de ellas fue la elección, organizada
por la Escuela de Escritores de Madrid en su espacio en la Web, de
las palabras más lindas del idioma.
La más votada fue amor, seguida de libertad, paz, vida, azahar, esperanza
y madre. Esta última encabezó, además, una encuesta similar, pero
realizada entre palabras del idioma de Shakespeare, por el British
Council.
Las elegidas integran los respectivos diccionarios. Pero cada actividad,
al margen de inventar su propia jerga especializada, emplea con mayor
asiduidad, o distingue, a las de uso común. Se trata de términos que
se destacan por su significado práctico, su intensidad o su eufonía.
La publicidad no es la excepción, quizá con mayor razón que otras,
porque su búsqueda es permanente, espoleada por el supremo imperativo
de la síntesis. Los textos cortos, de contadas palabras de los anuncios,
deben garantizar al redactor la mayor efectividad. Cuando cada vocablo
vale oro, tanto por el precio del espacio en que se inserta en los
medios masivos como por la necesidad de dar en el blanco, no es raro
que los publicitarios arriesguen menos en el campo del diccionario
que en el de las imágenes.
David Ogilvy, maestro de redactores publicitarios, decía que era preciso
evitar a toda costa el empleo de palabras extrañas para los lectores.
Solía reiterar un ejemplo personal: una vez escribió que Dove convertía
al resto de los jabones en obsoletos, término que no tardó en comprobar
no había sido entendido por la mayoría de las lectoras de la revista.
Tuvo que reemplazarlo por anticuado, que ciertamente no tiene el mismo
impacto, pero que en cualquier idioma resulta más transparente. Algo
parecido volvió a sucederle con inefable.
Frías y calientes
El especialista argentino Ricardo Palmieri, en su libro "En pocas
palabras" (La Crujía, 2006), un inapreciable manual de redacción publicitaria
cuya tercera edición acaba de aparecer, revela algunos requisitos
para tener en cuenta en el momento de escoger, con mayor rigor, las
palabras más eficaces.
Después de confirmar que no existe un termómetro para medir la temperatura
de las palabras, Palmieri las divide en frías y calientes; las segundas,
apunta, son las de uso cotidiano pero no vulgar, más fuertes que cualquier
sinónimo, que remiten directamente a una imagen y resultan ligeramente
agresivas.
Habla también de palabras permanentes y palabras perecederas, éstas
últimas casi siempre emparentadas con la moda. Menciona en este punto
el problema siempre latente del lenguaje juvenil, que aparte de ser
muy cambiante, ofrece algunas dudas acerca de si es tan cierto que
este sector quiera ser tratado en el que se dice es su propio idioma.
Unos años atrás, Jorge Villegas, por entonces presidente del Círculo
de Creativos y directivo de Publicis Graffiti, explicó que "los anuncios
no pueden permitirse el menor riesgo de incomprensión, a menos que
lo busquen deliberadamente". Puso el ejemplo de un texto escrito para
uno de sus clientes, en el que la agencia rescató el término "engañapichanga".
Esta palabra rancia, que no era decisiva ni interrumpía la comunicación,
aclaró, causó en cambio una positiva cantidad de llamadas de gente
que quería saber que se había querido decir con ella.
En su monumental "Enciclopedia mundial de lemas publicitarios", el
comunicólogo Eulalio Ferrer hace un listado de las palabras más usadas
en esos verdaderos extractos del lenguaje de los anuncios. Sobresalen,
entre otras, mejor, todo, siempre, primero, belleza, gusto, y nuevo.
Naturalmente, esta nómina sufre algunas modificaciones al sacarla
del contexto mundial y limitarla a un país o a una actividad en particular.
En la comunicación política, por ejemplo, la más citada es cambio.
Con respecto a las palabras más lindas del vocabulario de la publicidad,
Palmieri las divide en dos categorías:
1) Lindas-prosaicas, como oferta, liquidación, regalo, descuento,
vacaciones, verano y, entre otras, primavera, por lo general vinculadas
con sensaciones. Otras de este rubro serían algunas citadas por Ferrer
en el ámbito global: nuevo, grande, gusto, único, etcétera.
2) Lindas-sublimes: madre, hijos, padre, pasión, calidez. Se podría
agregar otras tan intensas como vida, amor, juventud, sueños, valores,
placer.
"Abuelo en cambio no me parece una palabra linda; prefiero utilizar
la expresión "persona mayor" o, en plural, "los mayores". Otro caso
es "empleado": me decido por la más cálida "colaborador"", añade Palmieri,
para concluir que una palabra linda es la que uno encuentra después
de haberla buscado largamente, con la salvedad de que "largamente"
alude a un tiempo relativo en publicidad.
1 Martes 15 de agosto de 2006. La Nación. Noticias.
Economía.
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